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Luty (@lakolombina)


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A BUEN ENTENDEDOR (Y A MALO TAMBIÉN)
Años habían pasado desde aquel desarraigo y yo iba (seguía) como bola sin manija, sapo de otro pozo, sonriendo para esconder el temor.

No puedo decir que estaba resignada, pero ya me pisaba los talones la desazón.

Desde chiquita sentía que vivir iba a ser una constante búsqueda de un lugar dónde encajar; siendo la pieza de un rompecabezas que ni existía ni estaba en los planes de ningún alma benevolente.

Eran mis veinti, no me juzgo ni me reprocho. Vivía debatiéndome, mientra decidía si ese boyar era por culpa de un inconformismo crónico o de una cándida perseverancia.

Me habían vendido, con hermoso moño y todo, eso de que ciertos sueños son utopías y por ende sólo sirven para frustrar. Sin embargo, implícita e ineludible, la certeza de un cambio posible hervía a borvotones.

Tener que desprenderme de mis raíces y salir al mundo a comprobar que igual podía ser yo, había reafirmado mis voluntades. Pero seguía sin entender tantas, tantas cosas...

Y después de las tristezas por las que todos recordamos haber pasado, en medio de una confusión desanimada, un tipo desconocido para mi, me cacheteó. Me despertó. Me puso alerta. Y se sumergió en medio de una multitud agotada pero viva de esperanza, los tocó, los miró a los ojos, los consideró. Les inyectó futuro.

Nunca, después de ese segundo, dudé de lo que nos esperaba. Dejé de sentirme pieza perdida para conventirme en engranaje activo.

Y hoy, todavía hoy, sigo llorando esas lágrimas. De emoción, de alegría, de extrañar. Esas que reciclo cada vez que busco la fuerza para seguir construyendo presente, pensando en un mañana con afición y convicción.

Hace ocho años empezaron a regalarme un país al que no me da pavor traer un hijo, un espacio en el que puedo proyectar, una convicción redefinida y consolidada. Un nuevo concepto de protección.

Me llaman cooptada. Me chicanean. Me pinchan. Me buscan el disyuntor.

Y yo pienso que nadie que me conozca desde siempre puede decir que alguna vez quise lo contrario a lo que hoy tengo la suerte de estar acariciando.

Le pese a los que le pese, se indigeste quien se indigeste, adhiero a este conjunto de ideas, principios, valores, bases. Los que se quedan solo en las banderas, sin ver lo que se cuece en el fondo, deben estar perdiéndose una de las tantas formas de la felicidad.

Pienso seguir adelante, conozco mis intenciones. El otro, el conjunto, que todos podamos sentirnos parte, es una prioridad para mi.

Y no voy a perder en explicarme más, porque eso no es lo importante. El valor está en los hechos, en la irrefutable realidad: certidumbre, perseverancia y, por sobre todas las cosas, una conciencia total del otro.

Mi deseo de hoy es que no se pierdan esos cimientos, confundidos en medio de egos, intereses individuales y ansias de notoriedad.

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