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Agustín Remiro

Agustín Remiro
@agusremi


Fanatismo
En 2003 no voté a Néstor. En realidad no voté a nadie porque no había hecho el cambio de domicilio y estaba a más de 500 kilómetros. Igualmente no tenía pensado hacerlo. No lo conocía y encima llegaba de la mano de Duhalde, “el Mono Relojero”, por lo que me generaba desconfianza. La misma de la que habla Hebe de Bonafini cada vez que rememora aquellos años.

Sin embargo, mi percepción cambió el día de su asunción. Su discurso tocó una fibra interna dentro de mí y su actitud fuera de protocolo me hizo pensar que lo que venía era diferente. Mejor.

En los meses siguientes, sus medidas de gobierno me hechizaron y con el tiempo me convertí en un fanático, una categoría para muchos despreciable pero, como dijo Evita “solamente los fanáticos -que son idealistas y son sectarios- no se entregan”. Entonces enarbolé orgulloso las banderas de mi fanatismo, aún a riesgo de perder espíritu crítico.

En 2005, con un amigo arreglamos una doble cita con dos chicas. Salvo yo, todos estaban en pareja. Era una salida de trampa, a escondidas y en la que el sexo estaba asegurado. O casi. En un momento de la noche surgió la charla sobre el gobierno de Néstor y empecé a exhibir mi fanatismo. Los tres salieron a responderme con los botines de punta: la “utilización” de los derechos humanos fue su caballito de batalla. Discutí, defendí mi postura y terminé durmiendo solo en mi casa, mientras mi amigo terminó encamado con la muchacha que le correspondía (hoy ambos se declaran kirchneristas). Nunca me arrepentí de esa noche. Un polvo puede darse en cualquier momento pero el sentirme parte del proyecto de país que siempre quise tenía (tiene) más valor porque se trataba de algo muchísimo más poderoso, colectivo, inclusivo y con futuro. Qué hermoso creer en un futuro mejor.

Esa fue la primera vez que exterioricé mi fanatismo pero a partir de ahí nunca más me callé la boca. En 2007 voté a Cristina y lo grité para que lo escuchen todo. Ya no era el mismo.

La muerte de Néstor me golpeó. Días y días derramando lágrimas de tristeza por la partida del líder cuando todavía resta mucho camino por recorrer. Me enojé con él, por dejarnos solos, por dejarla sola a Cristina. Pero tras el shock tuve la revelación: Ella no está sola, nosotros tampoco. El Pingüino ya había visto cosechado lo que sembró: un colectivo de personas que se encontraron, que dejaron de ser invisibles y que luchan día a día desde su lugar para construir una Argentina más justa. Él puede descansar en paz.

A 8 años de su asunción como Presidente y a 7 meses de su fallecimiento, recuerdo a Néstor como el “Che” Guevara de mi generación, como la persona que dio su vida para que nosotros y nuestros hijos y nuestros nietos estén orgullosos del país en que vivimos. Pero sin haber derramado una sola gota de sangre porque, compañeros: “El amor derrota al odio”. Y eso tiene un valor muchísimo mayor a aquella u otra madrugada de sexo, se los aseguro…

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