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Tomas Aguerre

Tomas Aguerre
@tomiolava

La traición del 25

En el tiempo que transcurre entre la juventud y el paso definitivo a la impunidad de la vejez,
confesaré algunas cuestiones menores sobre el 25 de mayo de 2003.

Diré que jamás me interesó ver a Lula, a quien por entonces consideraba un personaje menor y
carente de interés. También contaré jocosamente que me mantuve en un costado de ese festejo, que
desconocía todos y cada uno de los cantitos que allí se entonaban, que si bien participaba en algunas
experiencias políticas previas no me sentía parte integrante de aquello que acontecía. Cuando sea
viejo negaré estas últimas consideraciones.

En cambio, voy a contar esta historia.

Voy a decir que el 25 de mayo de 2003 el sol estaba radiante. Que había venido a la Capital Federal
porque presentía algo, como un ambiente distinto. Voy a evitar decir que me perdí unas seis veces
hasta llegar a Plaza de Mayo, que me bajé en San Telmo sin saber de la existencia de San Telmo
como entidad geográfica. Voy a decir, mejor, que el contradictorio flujo de la historia – y no el 152
– me llevó hasta ese lugar errado.

Cuando sea viejo voy a hablar de un presentimiento que tenía, de algo que yo veía en la cara de
Néstor Kirchner y el resto de la gente no. Sin decirlo explícitamente, dejaré entrever que tuve algo
que ver con la emergencia de ese fenómeno. Seré viejo, para entonces, y casi nadie notará que ese
día apenas alcanzaba los 17 años. Diré que llegué a Capital Federal para darle mi apoyo a un
presidente en el que confiaba ciegamente y la impunidad de la vejez impedirá que alguien lo refute.

Cuando sea viejo evitaré mencionar que vine a Capital Federal ese día por otros motivos, más
mundanos y familiares. Me abstendré de mencionar que, en verdad, me acerqué a ver la asunción
de Kirchner – de quién desconocía casi hasta su nombre de pila – porque quería ver de cerca
a Fidel Castro. Tal vez, quien sabe, a Hugo Chávez. No saldrá de mi boca que cuando vi esos
dos personajes sentí que la parte de la historia que se jugaba en ese momento ya estaba hecha, y
entonces me volví – otra vez con enormes problemas de ubicación para un recién llegado – a la casa
de mi hermano.

Podré drenar algunas de mis bajezas y tamizar algunos errores de ejecución. Pero me llevaré a la
tumba el hecho de que mi presencia bajo el sol radiante del 25 de mayo de 2003 es apenas una triste
consecuencia de una traición infinita.

No confesaré que mi deseo primario había sido quedarme en mi casa, en mi pueblo. Nadie sabrá
que por entonces yo era un adolescente, y que no había mejor noticia semanal que el viaje familiar
que le disponía a uno la propiedad completa del hogar para la realización de festividades con otros,
salvajes, amigos adolescentes. Deberán pasar sobre mi cadáver quienes intenten arrebatarme la
confesión de que, esa noche fundacional, mi cabeza estaba puesta en mi pueblo, en qué estarían
haciendo mis amigos, en la sangre que corría en sus espaldas por el puñal metafórico que me
pertenecía todo. Yo, que me suponía un buen tipo, había arrojado por la borda de un viaje familiar,
por una pretensión de ser testigo de una Historia – y, para explicitar aun más mi tormento, una

historia equivocada, que involucraba a un país caribeño y un líder anacrónico – la posibilidad de
contar con una casa vacía para el festejo dionisíaco, tan carente de sentido como profuso en bebidas.

Si alguno de ustedes me encuentra, cuando viejos, explicando los falaces argumentos acerca de
por qué tomé la decisión de concurrir ese 25 de mayo de 2003 a la asunción de Néstor Kirchner,
hágame la caridad de, al menos con el silencio, fingir una aceptación. Sepan que esa cierta
capacidad de preveer fenómenos políticos futuros que me estaré arrogando no tendrá tanto que ver
con la soberbia como con la autocomplacencia. Vivimos intentando (o vivimos porque intentamos)
borrar algunas viejas traiciones y yo dejé, aquél 25 de mayo de 2003, a mis amigos sin una casa sola
para realizar unos festejos.

La Historia que contaré yo, cuando sea viejo, será tergiversada y falsa. Ocultaré, por entonces, un
árbol más del bosque de mis traiciones con el manto de la Historia. El kirchnerismo ha significado
para muchos, muchas cosas. Ha sido para mí, una excusa extemporánea. Y perfecta.

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