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Julia Gonzalez


Hace unos diez años algunos amigos viajaron a España en busca de un lugar a prueba de helicópteros. En aquel entonces me hubiera gustado escapar como ellos, pero mi suerte no era la de una persona que podía comprar un pasaje. Así que me quedé y padecí prendida fuego, tatuada a los diarios, a los canales, siguiendo de cerca las campañas políticas que se encargaban de traer más de un mal recuerdo. Pero por suerte ganó el flaco éste que se decía era jupito, hizo mosh entre la gente y bardeó con el bastón de mando. Qué payaso, pensé cuando vi que se había lastimado la frente. Sin embargo esa noche le escribí un mail a uno de mis amigos en España. Ahí le hablaba de la energía que había sentido ese 25 de mayo cuando los que eran como yo tenían fe después de tanto tiempo.
Y así pasó el tiempo, algunas veces alejada de la política (como cuando me decidí a escribir de rock y no de política), otras más cerca (como cuando hice once horas de cola para entrar al sepelio del flaco éste el año pasado). Lo cierto es que hoy me siento hermanada con un pueblo que recuperó el habla después de un accidente. Hoy también espero por otros cuatro años que se correspondan con los ocho que estuvimos viviendo. Espero ansiosa el día del anuncio de la reelección, pero sé que se está haciendo esperar.
Por las dudas, yo los rulos ya me los hice.

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