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Mariano Canal


El fuego inolvidable

Hace un año se producía en las calles de Buenos Aires uno de esos momentos raros en los que un país se detiene para mirarse a sí mismo. Los festejos del Bicentenario habilitaron la posibilidad entre gozosa, carnavalesca y emocionada de reencontrarse con el largo recorrido de la historia argentina. Los 200 años de la Revolución de Mayo ilustrados con el desfile de Fuerza Bruta fueron escenificados como una serie de estaciones donde se rescataban las marcas históricas que en estos dos siglos protagonizaron actores colectivos muchas veces invisibilizados: los indígenas, los gauchos de las guerras de Independencia, los inmigrantes, los trabajadores, los soldados de Malvinas, las Madres de Plaza de Mayo. Via Crucis argentinos que en el contexto de un tiempo nuevo podían, por fin, reencontrarse con un país en democracia y que va saldando algunas de las pesadas deudas históricas pendientes. Un Bicentenario que marcaba las rupturas con el pasado reciente y la recuperación de historias subterráneas.

También un 25 de mayo, porque mayo es un mes decididamente intenso históricamente, Néstor Kirchner llegaba a la presidencia. Era 2003 y pocos lo conocían. Kirchner era apenas ese personaje que con sus primeros discursos iba enhebrando disonancias potentes con lo que se decía hasta entonces. Una incognita disipada como un relámpago con sus primeros movimientos en el gobierno. Ya lo sabemos, ya lo conocemos todos, forma parte ya de nuestra biografía: Kirchner reinstaló a la política como centro de las decisiones públicas que habían quedado en manos del mercado (en los 90s) o de la catástrofe social (en el post 2001). Lo que se abría ese 25 de mayo de 2003 era una etapa de reconstrucción presidida por la voluntad política. Una voluntad que corría todo el tiempo los márgenes de la acción, de lo esperable, de lo correcto, de lo previsble. Tiempos agitados donde la reactivación económica y la recuperación de los niveles previos a la crisis no daban lugar, como se podría haber esperado, a la vuelta de la normalidad administrativa sino a un doblar las apuestas políticas constantemente. A un fulgor incesante de iniciativas que erizaban el lomo social. Algo que define al kirchnerismo, algo que define la época: es mejor arder que consumirse lentamente.

Esos límites de lo real corridos por el kirchnerismo (con equivocaciones a veces, con torpezas, otras; pero siempre en el sentido de lo nuevo que barre lo viejo) son los que hoy permiten encarar esta etapa del país con muchos desafíos pero también con muchas seguridades: que lo conseguido no va a ser fácil de revertir, que los que salieron de la miseria no van a volver ahí, que los que encontraron trabajo lo van a mantener, que los nuevos derechos van a ser ampliados y nunca disminuídos. Seguramente no va a ser fácil (ningún época lo es, menos aún los mayos argentinos), pero los nuevos obstáculos sólo podrán ser barridos por la fuerza de nuevos desafíos a la política de lo previsible. Nuevos saltos al vacío de la voluntad política, nuevos redobles de las apuestas.
Es mejor arder que consumirse lentamente.

1 comentarios:

  1. Mariano Abrevaya Dios dijo...

    Felicitaciones para Canal por el texto y felicitaciones a los creadores del blog por la iniciativa (que tiene que ver con el envión anímico de una época).

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