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Fabricio Vagliente


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@favric

La defensa del capricho

Hay actitudes que se critican y denostan de manera excesiva. El caprichar es una de ellas, y es mi obligación hacer su defensa ante la imposibilidad que tienen las palabras de defenderse ellas mismas, y no es por capricho que no se defiendan, pareciese que en realidad es un capricho de quienes las atacan sin darles derecho a réplica.

Mi nacimiento fue fruto de un capricho, si mi madre no se hubiese peleado con cuanto obstetra existiese en Córdoba, éste cúmulo de defectos y virtudes llamado Fabricio Carlos Vagliente no hubiera nacido. Difícilmente alguien pueda refutar la bondad del capricho anterior, al menos yo no la cuestiono y por el contrario agradezco.

Lo que es fruto del capricho suele engendrar caprichos mayores. De mi naturaleza caprichística pueden dar fe quienes me conocen, cuando quiero, quiero y guai de aquel que ose intentar convencerme de lo contrario.
De un capricho vengo yo y de un capricho se fue mi viejo. Hijo de la ausencia del capricho, porque la pobreza le impedía detenerse a caprichar, creció a la orilla de la mancanza y así vivió. Como la vida, que es la más caprichosa de todas por que exige todo sin importar cuanto da a cambio, decidió que se tenía que ir cuando en honor a la verdad, tenía demasiados caprichos por hacerle aún.

Así por los famosos caprichos de la vida, me quedé sin padre pa' caprichar y tuve que ir cambiando el capricho individual por algún capricho colectivo que fuese más alcanzable.

Y como adolescente que fui durante los '90 hice ciento mil caprichos. Y como había empezado a entender que lo colectivo era mejor que lo individual, me gustaban los caprichos colectivos. Los compartía con otros capricheantes y de repente nos dimos cuenta que ya no eran solo colectivos, sino que eran de otros.
Sí, decidimos caprichear por el resto, por que como le paso a mi viejo, en la pobreza no hay caprichos, en la discriminación no hay caprichos, en el no respeto por la vida de los demás no hay caprichos.

No es difícil saber porqué vengo hablando de los caprichos. El pingüino narigón era un terrible caprichoso, pero con la suficiente grandeza para hacer de los caprichos del resto los suyos. Capricheó por los DD.HH., por los pobres, por los putos y las tortas, por los pibes, para que vuelvan los que se fueron, para que hablen los que no hablaban, por los colombianos y los venezolanos, por todos estos y por muchos más.

Todos caprichos de otros, caprichos colectivos, que muchas veces nadie le exigía que cumpliese, pero él tenía una habilidad diferente, la de transformar los caprichos colectivos en caprichos individuales. Así pasó de ser H.I.J.O.S. a ser marginado, de ser putito a ser científico, de ser periodista a ser unasurense, de ser todos esos que tienen el derecho a tener caprichos a ser uno más de los capricheantes.

Por eso se transformó en mi viejo, porque me permitió hacer todos esos caprichos que ni yo sabía que tenía que hacer y me enseño cuán importante era no dejar de caprichear nunca.

8 años tenía cuando murió mi viejo, 8 años pasaron desde que asumió el más caprichoso de todos los que conocí. Si ambos pudiesen leerme ahora solo les diría gracias y que se queden tranquilos, jamás voy a dejar de ser caprichoso.


Fabricio Vagliente – 25 Años – Militante PJ Digital

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